lunes, 19 de enero de 2009

Tan sólo son palabras

Mis manos lentas sobre el teclado no dejaban de poner ideas sueltas sobre aquella página en blanco. Muchos me decían que era un espectáculo delirante enfrentarse a ella por vez primera; el no saber que escribir era algo que me aterraba, sin embargo, con cada punzada que daba a las teclas de aquella espantosa máquina de la tecnología, me llevaba a creer en lo maravilloso que era sentir éxtasis por cada palabra que se concretaba en oraciones que salían como burbujas de mi cabeza.

No era un simple ejercicio de escritura, era más que eso, era poner sobre palabras lo que había aprehendido en el libio de mi vida y de otros que había leído. Era escupir, vomitar, hacer presentes las emociones más bajas e insanas, vehementes y melancólicas, un juego de múltiples ensoñaciones, de juegos futuros, de deseos y anhelos.

Hacer todo aquello era sentir que mí mundo estaba vivo, que tenia mil cosas por contar y decir; hacerlo me dejaba escapar de una realidad que me absorbía a cada paso y que me dolía; encontrar entre las palabras un refugio a mi vida taciturna era un subterfugio y la mejor de las recompensas. El no poder seguir haciéndolo era como si me cortaran las venas que transportaban mi sangre roja y espesa, era enfrentarme de una vez por todas al baobab de Exupery.

Pero al fin de cuentas esto no había ocurrido, pues como lo había hecho el ingenioso principito, que se las había sabido arreglar para que ellos no demolieran su mundo, yo, al igual que él, insistía con paciencia para cortar cada raíz que intentará desvanecerme en el olvido y la miseria de mi paradójica existencia, que se debatía entre los dolores del alma y el júbilo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario