Compras inusuales
Comprar un libro debe
tomar su tiempo; se me parece en la manera en que entras a una tienda de ropa o
de abarrotes. Primero te acercas con cautela, observas por todos sus lados, arriba,
abajo, izquierda, derecha, revisas con sospecha la portada, cubierta, lomo,
solapa, tomas menos de un minuto para leer las anotaciones de fábrica: hecho
en, su historia personal, talla, personajes; con lentitud descubres sus páginas,
empiezas a olerlo, criticarlo (sin saber si aciertas), te corrompen las páginas
o te atolondran, te lo pruebas, durante segundos piensas si te lo vas a poner o
no, si tienes más de esos en el armario o la alacena, si lo llevarás durante
las tardes o en las mañanas de lluvia envuelto en bolsa plástica de líneas verticales blancas trasparentes y azul
celeste, en los buses, en la oficina, con frío o calor, en fin. Al final de esa
pesquisa el mundo te despierta del trance de cinco o siete minutos, miras el
precio, y recapitulas si los billetes estrujados que llevas en el bolsillo te alcanzan
para dos hojas o todo el libro, si no, te das media vuelta e inicias el proceso
o esperas a otro día.