miércoles, 30 de septiembre de 2009

ciudad

La ciudad me dice cosas al oído, pero a ratos olvido a que huele.
En instantes pienso que olvidamos su sabor,
recordamos la fragancia del campo,
pero olvidamos la de la gran urbe.
Hay días que miro los huecos del pavimento rasgado por los piecitos de las palomas y de las "irritantes" ratitas de las alcantarillas,
incluso miro y olfateo el humo del centenar de carros que estropean
su andar unos con otros, por llegar temprano al trabajo o la casa.
Hay días en que huele a lluvia, a humedad de arenilla, a pino,
incluso hay lugares en que huele a pollo,
de ese que da vuelticas en una varilla metálica una y otra vez.
Hay lugares que puede llegar a oler a palo santo, a incienso,
de ese que venden en las galerías y pasajes del centro;
incluso hay quienes afirman que huele a Hippie.
Pero si camino un poco más, aquel incienso rebota,
y se transforma en maní tostado con algo de caramelo.
¡Qué Extraño todo eso!
Siendo desafortunado hay veces
que me penetra en la nariz el olor a caño,
a humedal infecto por aguas sucias, a frigorífico de animales muertos,
a meado dejado en una pared o callejón.
No obstante también puede oler a flores,
a primavera, a jardines reposados, a cannabis, a pan
recién horneado.
Nuevamente, ¡qué extraño todo eso!
y pensar que esa rara celeridad del día,
me hace olvidar donde vivo.