domingo, 1 de febrero de 2009

Una reflexión: El trabajo y la razón instrumental.

El trabajo y la razón instrumental.
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Introducción.

Los aires de la revolución francesa llevaban consigo a la razón, aquella que sólo existía en los proceso de transformación de lo real, en la libertad del individuo, emancipación que se traducía en la capacidad de los seres humanos para poder disponer de la realidad y del mundo, el cual se iba adaptando a las crecientes necesidades del hombre.

El hombre fue modificando el mundo a través de la invención de maquinas a vapor, locomotoras, flotas marítimas, etc., fue abriendo paso a la propiedad privada y la acumulación de capital. Nuevos horizontes se veían, las antiguas economías feudales fueron abandonadas poco a poco, para dar camino a un nuevo sistema económico; los “mercados crecían sin cesar; la demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El vapor y la maquinaria revolucionaron la producción industrial. La gran industria moderna sustituyó a la manufactura…desarrollábase la burguesía, multiplicando sus capitales y relegando a un segundo término a todas las clases legadas por la Edad media[1]”.

Tales procesos fueron estructurando a la razón como algo instrumental, en donde el ser humano podía determinar en cada caso qué medios eran necesarios para alcanzar un fin cualquiera. La razón fue identificándose con lo civilizado, con el progreso, con la dominación técnica de la naturaleza; la razón fue perdiendo su contenido original, la emancipación del individuo estaba cada vez más en duda, el ser humano ya no estaba en una posición digna y valorada.

La sociedad actual no escapa a estas consideraciones, en ella aún se sigue presentando una razón instrumental, tal ves sea un poco categórico afirmar esto, sin embargo, estas cuestiones me permiten plantear como hipótesis, que la evolución del capitalismo en su modo de mejorar la producción en corto tiempo, en las formas de organizar el trabajo, la trasformación de valores, la manera en que se concibe el tiempo, el trabajador y las relaciones cara a cara, son producto del “capitalismo flexible”, de una razón instrumental y del servicio del conocimiento a favor de los medios de producción dominantes.
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Daniel Defoe, en un bello epígrafe consignado en “los versos satánicos”, escribe que “Satanás, relegado a una condición errante, vagabunda, transitoria, carece de morada fija; porque si bien a consecuencia de su naturaleza angélica, tiene un cierto imperio en la líquida inmensidad o aire, ello no obstante, forma parte integrante de su castigo el carecer…de lugar o espacio propio en el que posar la planta del pie”.

Tal angustia de un diablo errante, vagabundo, caído en desgracia, y cuyos valores de honradez, verdad, lealtad, confianza, etc., no volvieron a ser los mismos, y dieron como resultado que se castigara a este ser angélico enviándolo a un suplicio eterno en el cual no consigue gozar de un espacio fijo ni de la tranquilidad necesaria para poder descansar; del mismo modo este tipo de cosas ponen un punto de acento en el hombre, en aquel ser del mundo actual que tampoco, al igual que diablo de Defoe, puede tener la certidumbre de su futuro ni de cómo van a ser las relaciones con sus otros congéneres.

Pasando a un plano más concreto o “real”, si se le puede llamar de esta forma, aquella angustia del hombre o del demonio es consecuencia del cambio de la sociedad en relación a las maneras en que se organiza, piensa y produce, una transformación producto de los diferentes procesos sociales, culturales, políticos y económicos. Si embargo, tales cambios, siguiendo a Horkheimer, son el producto de una sociedad que ha estado bajo la represión y la no existencia de individuos libres.

La represión y la no libertad de los individuos pueden ser entendidas en las nuevas configuraciones del trabajo, en el capitalismo flexible. Este es algo más que una simple variación del antiguo capitalismo, es una condición en el que el trabajador es exigido en el avance de tareas y comportamientos ágiles, asuma riesgos y esté dispuesto a enfrentar cambios.

Junto a estos cambios, el carácter, (una gama de características personales que son estimadas por los individuos mismos y se espera que los demás lo valoren de las misma manera, los cuales, siguiendo a Sennett, pueden ser valores como la lealtad, el compromiso con otros, la búsqueda de objetivos alargo plazo, etc.) es alterado, pues se transforma “el aspecto duradero a largo plazo, de nuestra experiencia emocional”[2], que permite que estos valores se consoliden en las relaciones laborales.

Ahora el desapego y la cooperación superficial, remplazan los valores de lealtad y servicio, y esto gracias a que el mundo actual se rige por la consigna “nada a largo plazo” que desorienta la acción planificadora de las personas, disuelve los vínculos de confianza y compromiso en donde el cuestionamiento del tiempo es más reiterado que nunca, ya que se fue convirtiendo en algo flexible y que debía ser manejado por las personas; anteriormente tales circunstancias eran diferentes, puesto que existía una estructura burocrática que racionalizaba el tiempo, una “jaula del tiempo” dirá Sennett citando a Weber. Hoy las personas aparentemente son dueñas de su tiempo, gozan de mayor “libertad” para disponer de sus espacios, empero, este manejo es de disponibilidad, es decir, de estar disponible a cualquier momento que se necesite, de estar supeditado a las disposiciones de la empresa.

Con todo esto, el ejercicio del control de los empleados también ha cambiado a otras formas, ya no se necesita de formas burocráticas rígidas para hacerlo, se han abandonado las estructuras piramidales, dando paso a las redes de flexibilidad y estructuras flexibles de control y poder. El aparente autocontrol del tiempo es un mero espejismo, ya que por medio de los ordenadores, los teléfonos móviles, el correo electrónico, etc., el trabajador es vigilado en sus tareas. Una expresión más de coerción, de represión de las actividades humanas.

La reducción del tiempo de trabajo y su autocontrol, que en principio, y de manera aparente, tiene como objetivo mejorar las condiciones de trabajo, no son sino una prolongación de la jornada laboral, aunque ésta se desarrolle dentro de los mismo límites del horario, aumenta la cantidad de trabajo, pero no el tiempo para llevarlo a cabo, ello acarrea que las personas obtengan los mismos ingresos por más actividades y desmejoren su calidad de vida, y sin embargo, y como paradoja, optimizan la producción y aumenta el poder del capital.

Dentro de este contexto, se pretende que el trabajador actué en forma colectiva, pero dichas actividades no superan más allá de un simple trabajo en equipo, pues como anotaban Chanaron y Perrin, aun se evalúa el trabajo y la producción de manera individual, elementos que se evidencian en el salario del trabajador. Igualmente en consonancia con Sennett, Armstrong afirma que las decisiones importantes sobre la producción siguen concentradas en las manos de la dirección, “el trabajador es simplemente reciclado hasta el punto que pueda realizar operaciones revisadas….”[3].

Las operaciones repetidas en la producción son conocidas por todos los trabajadores, pero tan solo algunos de estos puede dar cuenta de qué lugar ocupa, de cuál es su función en el engranaje de su sitio de trabajo, el resto de personas se limitan a repetir tareas y seguir operando una máquina, sin ser concientes de su labor.

Las cuestiones tratadas hasta aquí permiten observar que el “nada a largo plazo” hace que la experiencia sirva de poco, que nada este seguro en el actual mercado mundial y laboral, que cada proyecto que se intente llevar a cabo debe ser a corto plazo, significando esto que las personas pueden ser prescindibles independientemente del trabajo que halla realizado, dejando las puertas abiertas para que las personas, al igual que el Satanás Defoe, estén relegadas a una condición errante, vagabunda, transitoria, carente de morada fija, realizando en su vida diaria trabajo fragmentados, que aumentan la angustia por no conocer el futuro.

En resumen “el nada a largo plazo” corroe la confianza, la lealtad y el compromiso mutuo, puesto que no hay tiempo suficiente para desarrollar vínculos sociales duraderos, todo es flexible. Dejando entrever que las modernas redes institucionales están signadas débiles relaciones sociales laborales, en el que priman asociaciones fugaces y menos conexiones a largo plazo.

Por otro lado, es evidente que los individuos en el tiempo actual son dominados por una razón instrumental, que sin duda alguna seguirá perpetrándose por largo tiempo en un mundo que ha perdido por el camino del “progreso” y el “desarrollo” la razón emancipatoria y la libertad; el hombre anda deambulando entre el aburrimiento, el dolor, el placer, una felicidad breve y una libertad aparente.

La libertad del hombre en estas condiciones no existe, ya que el trabajo, como forma original de la autorrealización de él, no es realizado voluntariamente, sino bajo la coerción, “es trabajo. Forzado y no constituye por lo tanto la satisfacción de una necesidad, sino sólo un medio para satisfacer necesidades fuera de él….por tanto el hombre (obrero) se siente libre en sus funciones animales tales como comer, beber, procrear”[4].

Sin embargo, y aunque el panorama sea un tanto angustioso, hay que apostarle a un sujeto activo, en términos de Giddens, un sujeto con agencia, con capacidad de decisión, constructor del mundo y de las estructuras que lo conforman, un ser reflexivo, que cuestione la información que le brindan los medios de comunicación. No es una misión fácil, talvez toque recurrir a filtrar la información para un puñado de personas, informándoles lo que se esconde detrás del gran muro, es una labor de paciencia y de espera, que depende de cada uno y nuestra capacidad de resistencia, de la manera en que se puedan crear las alternativas para construir relatos de identidad y de un nosotros, tal y como planteaba Sennett.
[1]MARX, Carlos. El manifiesto del partido comunista. . Colombia, El pentágono editores, 1990. Pág. 15
[2] SENNETT, Richard. La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. Barcelona: editorial Anagrama, S.A. 2000. pág. 10.
[3] ARMSTRONG, Peter. “Trabajo y capital monopolista”. En: R, Hyman y W. Streeck. “Nuevas tecnologías y relacione industriales”, Madrid ministerio de trabajo, 1993, Pág. 190
[4] Marcuse Herbert. Razón y revolución. Altaza. Barcelona. 1994.p.237
Bibliografía

SENNETT, Richard. La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. Barcelona: editorial Anagrama, S.A. 2000

ARMSTRONG, Peter. “Trabajo y capital monopolista”. En: R, Hyman y W. Streeck. “Nuevas tecnologías y relacione industriales”, Madrid ministerio de trabajo, 1993.

CHANARON, Jean-Jacques y PERRIN, Jacques. “ciencia, tecnología y modos de organización del trabajo”. En: CASTILLO, Juan José, “las nuevas formas de oganización del trabajo: viejos retos de nuestro tiempo”. Madrid, Edita Ministerio del Trabajo y Seguridad Social, 1998.
Marcuse Herbert. Razón y revolución. Altaza. Barcelona. 1994.

MARX, Carlos. El manifiesto del partido comunista. . Colombia, El pentágono editores, 1990
Horkheimer Max. Teoría critica. Amorrortu. Bueno Aires.

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