martes, 24 de febrero de 2009

Si las cosas no fueran como son

Si tal vez Rimbaud te hubiera visto por la calle de la avenida, te hubiera susurrado cientos de cosas al oído, con el ánimo que tú estuvieras más cerca a él. Las mil noches en vela que había pasado escribiendo cada palabra de tú nombre, y de los rubores que salían de tú cara, por cada expresión que él quería decir, y que no aguantabas escuchar.

En ocasiones él pensaba en la manera en cómo hacerte saber, que su imperfecto cuerpo desdeñado por los años, sentía que tan solo un pequeño roce de tu piel blanca, que más se asomaba a una tez empapada por la anemia, hacía que su mirada se trastabillara en otras direcciones para contenerse, y no decirte que te extrañaba, y que sentía el peso de tú silencio.

Cuantas cosas más había de pensar, cuantas más había de sentir; como él hubiera querido explicarte que su estómago, se explotaba cada vez más con las palabras que cruzaba contigo. Un conjunto de sensaciones que ya no tenían explicación alguna, y que se convertían en súcubos que rondaban su cabeza por las noches, y en los momentos menos esperados.

Se preguntaba Rimbaud ¿Qué hacer?, ¿Qué decir? Escribir, pensar, encausar, permitir, callar, observar, escuchar, etc.; múltiples posibilidades, unas inciertas y otras más ampulosas, que no permitirían que sus súcubos lo abandonaran de una vez por todas. Ahora, sólo le restaba esperar y seguir en la copa del árbol de las letras, huyéndole a lo terreno y sólido, escapar por momentos de la liquides de la razón para zambullirse en la denuncia de su afecto.

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