martes, 10 de febrero de 2009

Locura.


A mi hermano el cazador de sueños…


En algunas ocasiones cuando puedo recordar mi infancia, llegan a mis pensamientos las cosas que me sorprendieron. Desde los viajes a la luna, las gotas de agua que hacen ondas en un charco cuando hay lluvia, la putrefacción de un animal carcomido lentamente por un ejército de larvas, hasta la primera vez en que fui llevado, sin saber porqué, a un lugar en el que se guardaban los recuerdos, y objetos de las personas en estantes de cristal. Qué puedo decir de aquel día, en verdad son muy escasas las letras y las palabras que se pueden soltar, para explicar lo que pude ver más allá de los soliloquios de erudición de los adultos.

Bien sea una mística sensación, o una simple locura pasajera, pero el sólo hecho de haber atravesado el dintel del inmenso panóptico, me transportó a otro lugar del cual nunca había oído hablar. Tal vez, como ocurre en cientos de oportunidades, la extrañeza ante lo diferente puede llegar a ser muy provocador o sugestivo. Pasillos largos, paredes altas y blancas, coloreadas por luces amarillas, que se descolgaban del techo me dieron su bienvenida.

Muchas lecciones sobre mis antepasados pueden regurgitarse, sobre sus leyendas y héroes. Pero mi amigo el cazador de sueños, no dijo mucho al respecto, pues permitió que mis preguntas lo atacaran de vez en cuando, y sólo se dedicó a responderlas con voz pausada. Y en verdad fue lo mejor, pues fue la posibilidad inexorable e implacable de poder soñar el mundo de los adultos de otras formas.

Es el poder creer que existen buques de papel, que un petroglifo es un recado que alguien dejó a su mamá para avisarle que llegaba tarde, que un museo no es la casa de juegos de personas que buscan tener memoria, sino un lugar en el que las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia existen, y el Yurupari juega escondidas con Pedrito Claver y los cimarrones de San Basilio.

Ahora, un poco alcanzado por los años, y viviendo en el mundo de los hombres grises, soy conciente que no se puede pender siempre del hilo de la lógica y la razón, que prefiero saltar charcos que no existen, subir paredes invisibles y ser un Cronopio honorario.




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