lunes, 11 de mayo de 2009

Treinta y cuatro.

Entre la multitud de los buses,
la infestación del humo de los carros,
y la calle treinta y cuatro te marchaste.
Te fuiste como siempre:
impasible, con una sonrisa,
plena, suelta y alegre;
A veces dices adiós, otros días hasta pronto,
bye, auf wiedersehen, sayônara, au revoir…

Pero más allá de cualquier cosa,
siempre te vas, y yo me quedo mirando las placas
del autobús en el que te marchas, a la espera que
por casualidad te asomes por la
ventana trasera.

Cuando te pierdes en el horizonte de las calles,
mis pasos se sueltan, trato de sonreír,
tomo lo gris y oscuro,
las basuras, las envolturas de cigarrillos y
de dulces, y trato de escribir una poesía
nacida en la boca de conductores de camión,
en plazas de mercado, y de sórdidos lugares.

Al terminar de escribir, veo que
deambulé por parques extraños,
en donde jugaban al fútbol obreros
y mecánicos. Al observarlos en su trajín
no sé porque recordé, que mis palabras
se enredaron en tú pelo,
y quizás no lo notaste.


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